El oficio de molinero se transmitía casi siempre de padres a hijos, por eso se encuentran dentro de esta profesión verdaderas sagas familiares. También ocurría, como con otras profesiones, que se realizaban muchos matrimonios entre gente del oficio (la hija de un molinero con el molinero de otro lugar, etc.).
El molinero no era prácticamente nunca el propietario del molino, que, hasta el siglo XIX, solía pertenecer al señor temporal o al cabildo.
Los molineros eran gente de oficio que explotaban los molinos en base a un contrato de arrendamiento, en el que se estipulaban sus obligaciones y la cantidad que se le permitía cobrar por su trabajo, siempre en especie. El pago por moler recibía el nombre de “multuración”. El molinero cogía la parte que le correspondía antes de la molienda y en presencia del labrador que le traía el grano a moler. No obstante, el hecho de que cobrara ipso facto y que pasara el cereal del campesino al molinero tan rápida y, digamos, directamente, dejaba un sentimiento de frustración en los clientes, y éstos se solían mostrar recelosos sobre la honradez del molinero, del que suponían que usaba estratagemas para quedarse con una parte de la molienda que no le correspondía
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